De niño, siempre
quise tener una mascota (un perro o un gato) pero mis padres nunca me dejaron
tener uno ya que decían que tener mascota es una gran responsabilidad (cosa que
es cierto) y que yo no estaba lo suficientemente maduro y responsable como para
afrontar la responsabilidad que conlleva tener una mascota. Lo máximo que pude
tener fue una tortuguita chiquita que supuestamente mis padres se murió de hambre
porque yo no le daba comida, aunque yo si le daba. También tuve un pollito y un
hámster, el pollo se murió, yo no sé por qué y el hámster se escapó. Era como
si ninguna mascota quisiera estar conmigo. Lastimosamente no fui muy buen dueño
de mascotas, a pesar de que las quería mucho siempre pasaba algo que nos
alejaba.
Solo fue que
cumpliera los 16 años para que me dejaran por fin tener un perro. Obviamente
esta noticia me alegró muchísimo, no era capaz de dormir en las noches por
esperar el momento en que mi nuevo amigo llegara a casa, hasta me dio tiempo de
pensar en un nombre para la chanda. Se iba a llamar Terry. Desde que Terry
llegó a la casa todo cambio mucho, tanto para mí como para mi padre ya que a él
nunca le había gustado los perros y fue muy difícil acostumbrar a tener uno, y
por mi parte fue difícil el acostumbrar a la responsabilidad de cuidarlo
(sacarlo a mear y cagar).
A pesar de todo esto, mi padre termino queriendo a
Terry aunque no lo demuestre; siempre está pendiente si el perro necesita agua
o comida.
Es muy agradable
sentir la compañía y el amor que una mascota puede brindarnos, gracias a Terry
he podido sentir ese amor puro del que hablan todas las personas que tienen un
perro.
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